Cielo Abajo
Cielo abajo: continuación
Constanza, la tercera Constanza, después
de leer la vida de su abuela Constanza, de su madre Constanza y parte de la
historia de ella misma, se me quedó mirando pasmada. Claro que yo estaba dormido,
pero aun así note como clavaba su mirada en mí. Como si yo fuera su héroe. El
que había recuperado la vida de sus anteriores familiares. En seguida me
desperté, haciendo ruidos y pequeños movimientos para que a ella le diera
tiempo a reaccionar y mirar para otro lado. Seguíamos los dos con la taza de café
en las manos. Yo sentado en el sillón donde probablemente hubiese estado
sentado hace unos días el mismo Joaquín Dechén. Ella miraba la tapa del libro
con melancolía, recostada de medio lado en
la cama. Me hizo varias preguntas que sabía que yo iba a saber responder porque
me había leído el libro. Las contesté. Rompimos un poco el hielo y entonces
ella se levantó decidida, y sin reparo se acercó mucho a mí. Tan cerca que oía
nuestros corazones latir, tan cerca, que si habláramos notaríamos nuestro
resuello. Nos quedamos así unos diez segundos, que se me hicieron eternos y a la
vez tan cortos. Tragué saliva. Ella sonrió al ver la acción y se puso colorada.
Se acercó un poco más, hasta tocarnos uno con la nariz del otro. Esa chica, esa
mujer, pasó de ser la niña que vi por primera vez en ese bar, regordeta, no muy
agraciada y poco parecida a su madre y a su abuela excepto por sus manos, a la
mujer más atrayente de la ciudad. La mujer que me enamoró en una sola mirada.
Los dos en ese momento pensamos que yo ya pertenecía a la familia Dechén. O
mejor dicho, a la familia Álvarez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario