lunes, 9 de mayo de 2016

Cielo Abajo

Cielo abajo: continuación


Constanza, la tercera Constanza, después de leer la vida de su abuela Constanza, de su madre Constanza y parte de la historia de ella misma, se me quedó mirando pasmada. Claro que yo estaba dormido, pero aun así note como clavaba su mirada en mí. Como si yo fuera su héroe. El que había recuperado la vida de sus anteriores familiares. En seguida me desperté, haciendo ruidos y pequeños movimientos para que a ella le diera tiempo a reaccionar y mirar para otro lado. Seguíamos los dos con la taza de café en las manos. Yo sentado en el sillón donde probablemente hubiese estado sentado hace unos días el mismo Joaquín Dechén. Ella miraba la tapa del libro con melancolía, recostada  de medio lado en la cama. Me hizo varias preguntas que sabía que yo iba a saber responder porque me había leído el libro. Las contesté. Rompimos un poco el hielo y entonces ella se levantó decidida, y sin reparo se acercó mucho a mí. Tan cerca que oía nuestros corazones latir, tan cerca, que si habláramos notaríamos nuestro resuello. Nos quedamos así unos diez segundos, que se me hicieron eternos y a la vez tan cortos. Tragué saliva. Ella sonrió al ver la acción y se puso colorada. Se acercó un poco más, hasta tocarnos uno con la nariz del otro. Esa chica, esa mujer, pasó de ser la niña que vi por primera vez en ese bar, regordeta, no muy agraciada y poco parecida a su madre y a su abuela excepto por sus manos, a la mujer más atrayente de la ciudad. La mujer que me enamoró en una sola mirada. Los dos en ese momento pensamos que yo ya pertenecía a la familia Dechén. O mejor dicho, a la familia Álvarez.

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