jueves, 12 de mayo de 2016


CIELO ABAJO, La tercera Constanza

Ambos, sobrevolamos la preciosa ciudad de Madrid en la pequeña avioneta que había pagado por tan solo seis euros. Fue extraordinario. La tercera Constanza pilotaba el aparato sin prestarme atención. Sentí miedo, pues nunca antes había probado subirme a tal aparato que además hacía un ruido escandaloso, también emoción, porque estaba observando mi propia ciudad, lo que para mi era común, des de el cielo, ¿Cuántas personas pueden decir haber hecho esto? Y todo  me dio un giro de ciento ochenta grados, que diferente se veía todo des de otra perspectiva, me sentí el rey del mundo, viendo los enormes edificios, minúsculos; las extensas plazas y largos paseos, reducidos a tan solo puntos determinados y líneas cortas; y fue entonces que  comprendí a lo que el capitán Cortés se refería al decirle  a Dechén aquello de los hombres hormigas, y es que es impresionante como de grandes nos sentimos, lo importante que nos creemos ser, cuando la realidad es que solo somos personas, y visto des de arriba solamente pequeños puntos entre un millón… ¿Cuántas personas se percatarían de esto? Solamente las que han estado en mi situación, porque sino es incomprensible. Me sentí especial y no creo que haya palabras para explicar cómo te sientes cuando estas arriba, en el cielo, que parece intocable y luego te ves rozándolo, es algo difícil de creer y sentí una gran alegría al saber que había logrado algo que el mismo Dechén había experimentado también. Después al centrarme de nuevo en Constanza mi felicidad por alguna razón que no comprendí en el momento, aumentó. Vi su cara, a pesar de todo era tan feliz, se sentía tan libre justo cuando en realidad estaba sentada, atada a una silla dentro de una aparatosa maquina y aun así ella era libre. Me tranquilizó su expresión y calmó mis nervios. Entonces me fije que aquella chica regordeta, con el pelo moreno y corto, con la mano guía izquierda y los dedos finos, herencia de la primera Constanza, su abuela, que había conocido en una cafetería y vi leer durante horas en el piso de Dechén, que veía poco agraciada, poco a poco se convirtió en una mujer preciosa que afloró unos sentimientos extraños dentro de mi.  ¿Sería también herencia de su abuela el poder de embelesarme? Igual que lo hizo con Dechén, sentía que esta tercera Constanza lo haría conmigo. Y eso, me asustaba.

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