CIELO
ABAJO, La tercera Constanza
Ambos,
sobrevolamos la preciosa ciudad de Madrid en la pequeña avioneta que había pagado
por tan solo seis euros. Fue extraordinario. La tercera Constanza pilotaba el
aparato sin prestarme atención. Sentí miedo, pues nunca antes había probado
subirme a tal aparato que además hacía un ruido escandaloso, también emoción,
porque estaba observando mi propia ciudad, lo que para mi era común, des de el
cielo, ¿Cuántas personas pueden decir haber hecho esto? Y todo me dio un giro de ciento ochenta grados, que
diferente se veía todo des de otra perspectiva, me sentí el rey del mundo,
viendo los enormes edificios, minúsculos; las extensas plazas y largos paseos, reducidos
a tan solo puntos determinados y líneas cortas; y fue entonces que comprendí a lo que el capitán Cortés se
refería al decirle a Dechén aquello de los
hombres hormigas, y es que es
impresionante como de grandes nos sentimos, lo importante que nos creemos ser,
cuando la realidad es que solo somos personas, y visto des de arriba solamente pequeños
puntos entre un millón… ¿Cuántas personas se percatarían de esto? Solamente las
que han estado en mi situación, porque sino es incomprensible. Me sentí especial
y no creo que haya palabras para explicar cómo te sientes cuando estas arriba, en
el cielo, que parece intocable y luego te ves rozándolo, es algo difícil de
creer y sentí una gran alegría al saber que había logrado algo que el mismo
Dechén había experimentado también. Después al centrarme de nuevo en Constanza
mi felicidad por alguna razón que no comprendí en el momento, aumentó. Vi su
cara, a pesar de todo era tan feliz, se sentía tan libre justo cuando en
realidad estaba sentada, atada a una silla dentro de una aparatosa maquina y
aun así ella era libre. Me tranquilizó su expresión y calmó mis nervios.
Entonces me fije que aquella chica regordeta, con el pelo moreno y corto, con
la mano guía izquierda y los dedos finos, herencia de la primera Constanza, su
abuela, que había conocido en una cafetería y vi leer durante horas en el piso
de Dechén, que veía poco agraciada, poco a poco se convirtió en una mujer preciosa
que afloró unos sentimientos extraños dentro de mi. ¿Sería también herencia de su abuela el poder
de embelesarme? Igual que lo hizo con Dechén, sentía que esta tercera Constanza
lo haría conmigo. Y eso, me asustaba.
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